Viajar es una experiencia que va más allá de recorrer kilómetros; es sumergirse en nuevos paisajes, descubrir culturas diferentes y crear recuerdos inolvidables. ¿Y qué mejor manera de viajar descubriendo el mundo desde la ventanilla de un coche?
A continuación os queremos contar algunas de las historias de usuarios de nuestra plataforma. Creemos que tienen que ser compartidas y que deben ver la luz porque a nosotros, nos ha tocado un poquito eso a lo que llaman la “fibra”.
Historias de viaje sobre ruedas
“Alquilé un coche con Amovens para una visitilla rápida a mi amigo Dani en Barcelona. Mientras viajaba por la autopista, una canción que me recordaba a mi infancia empezó a sonar en el aleatorio de Spotify, “Take Me Home Country Roads” de John Denver. De repente, recordé momentos donde fuí realmente feliz con mis padres y mi hermana. Quiero mucho a toda mi familia pero, no puedo evitar decir que adoro a mi padre. Él siempre decía que la gente siempre vuelve a aquellos lugares donde amó la vida.
También recordé una de las últimas veces que escuchamos juntos esa canción. Fue cerca de donde me encontraba en ese momento, en uno de los miradores de la Costa Brava. Esa canción me recordaba a mi infancia y a la fugacidad del tiempo. Pero, sobretodo, a lo importante de vivir aquí y ahora, porque mañana sólo serán recuerdos.
No pude evitarlo y cogí el primer desvío que encontré en la carretera y llegué a los Miradores de Punta Molinet y Cap de la Barra, cerca de las Islas Medes. Allí, durante unos minutos, me perdí en el paisaje, contemplando el mar y sin nada en lo que pensar, simplemente escuchando en mis cascos la canción de mi infancia que tan feliz me había hecho.
Cuando volví al coche para continuar el viaje, me sentí realmente plena y feliz por haber tenido la oportunidad de disfrutar de este momento de paz antes de continuar con mi viaje hacia Barcelona.”
“Ana, Sandra y yo nos escapamos a la playa El Palmar, para relajarnos y escaparnos del estrés diario.
Alquilamos un coche con Amovens y nos fuimos rumbo al sur, a la casa de los abuelos de Sandra. Estaba seguro de que desconectar, íbamos a desconectar, pero comer íbamos a comer la mar de bien. Sus abuelos hacen un pescaíto frito para chuparse los dedos.
Ya en la playa, decidimos que no todo iba a ser sol y mar. Un poquito de deporte no nos vendría mal. Nos lo estábamos pasando en grande. Pero la cosa mejoró todavía más cuando Ana hizo el intento de un remate, el cual se veía espectacular en su cabeza, pero, para sorpresa de nadie, no lo fue. Vaya, que terminó cayendo de boca en la arena. Reímos tanto que lucimos abdominales durante el resto de días que estuvimos en la playa. Con agujetas y todo terminamos. Y ya no solo por las risas, sino por las tres horas del partido de Voley.
En estos días disfrutamos de la playa, exploramos nuevos rincones de la ciudad gaditana y vimos los increíbles atardeceres en los Caños de Meca.
Pero como todo tiene su fin, nuestras vacaciones exprés también. De hecho, no nos habíamos ido y ya queríamos volver.
“Estaba en un momento de mi vida en el que me cuestionaba todo y necesitaba encontrar respuestas. Decidí tomarme un tiempo para mí después de años de estudio y trabajo. Con 31 años, sentía la necesidad de explorar y desconectar, así que decidí recorrer la España rural y profunda y opté por alquilar un coche para tener la libertad de explorar a mi propio ritmo.
En uno de esos pueblos, conocí a Pepe, un señor de unos noventa y pico años. Sabio como él solo y con arrugas que contaban historias de vida. Comí un buen plato de lentejas con él y con su mujer Eulalia, una señora tan entrañable que me recordaba a mi abuela.
Pepe, me enseñó cómo pequeños estos actos de amabilidad pueden tener un impacto significativo en la vida de las personas que nos rodean, como que ese día me invitase a un plato de comida sin conocerme de nada. Lo único que me dijo fue: Tranquilo muchacho. Hoy por ti, mañana por mí.
Me contó muchas historias de cuándo él era joven y de todo lo que había trabajado para salir adelante en aquellos años. Me dio mucha pena cuando me dijo que tuvo que dejar la escuela cuando era muy pequeño, pero ese hombre tenía una sabiduría que me llenó el corazón desde el primer momento.
Desde entonces he tratado de llevar esa lección conmigo en cada paso de mi viaje para seguir buscando respuestas. De que, a veces, para encontrarse también hay que perderse y, perderme con mi coche por España, fue la mejor forma de encontrarme.”
Al fin y al cabo, esto no son sólo tres historias, sino experiencias de vida de cientos de miles que ocurren cada día en la carretera, donde viajar es una buena forma de conectar y, más aún, si lo haces descubriendo el mundo desde la ventanilla del coche. Es un recordatorio de que la verdadera belleza se encuentra en el viaje mismo, en los momentos compartidos con amigos y seres queridos, y en las historias que se crean en el camino.